Casi todo lo
que nos rodea nos alienta a no pensar, a contentarnos con lugares comunes, con
un lenguaje dogmático que divide el mundo claramente en blanco y negro, en
bueno y malo, en ellos y nosotros. Es el lenguaje del extremismo, que en estos
días aparece por todas partes, para recordamos que no ha desaparecido. A las
dificultades de reflexionar sobre las paradojas y las preguntas no contestadas,
sobre las contradicciones y el orden caótico, respondemos con el antiquísimo
grito de Catón el Censor en el Senado
romano: «Cartago delenda est!», « ¡Hay que destruir Cartago! »; no debe
tolerarse la otra civilización, el diálogo debe evitarse, el liderazgo debe
imponerse a través de la exclusión o la aniquilación. Éste es el grito de
docenas de políticos contemporáneos. Es un
lenguaje que finge comunicar pero que, bajo distintos disfraces, no hace más
que intimidar; no espera ninguna respuesta, sólo un silencio obediente. p. 50.
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