La Edad Moderna, a mi juicio, contiene tres movimientos
intelectuales fundamentales: el humanismo, la filosofía moderna y la
Ilustración. Por caracterizarlos y diferenciarlos, me atrevo a decir que el
humanismo comprende un corpus abierto de ideas antropocéntricas no cerradas a
la trascendencia sobre la base de una confianza en la razón; la filosofía
moderna encuadra sistemas cerrados a la trascendencia desde una confianza en la
razón matemática; y la Ilustración profesa una fe en la acción inmediata. Los humanistas
escriben diálogos; los filósofos, tratados; y los ilustrados, enciclopedias y
panfletos.
El humanista se goza en los diálogos de Platón y en los
tratados de Cicerón; el filósofo moderno se goza en la geometría euclidiana y
en la física de Newton; el ilustrado se goza en la lectura de periódicos,
definida por Hegel como “la oración de la mañana del hombre moderno”.
La actitud humanista es la que observamos en Sócrates,
Cicerón, Petrarca, Vives, Erasmo o Moro: entablar un diálogo con predecesores y
contemporáneos en búsqueda de una verdad que no pretende agotar la realidad,
que no aspira a construir un esquema en el que quepa todo. La filosofía
moderna, en cambio, fascinada por la certeza matemática, geométrica,
sobrecogida ante la ciencia experimental, alucinada por Newton… edifica unos
sistemas con las fortalezas y debilidades de las ciencias exactas y empíricas. El
concepto de verdad absoluta está más cerca de la filosofía moderna que del
humanismo. Porque para el humanismo, el hombre es un misterio; y para la
filosofía moderna, un problema. El humanismo busca saber a expensas de la
seguridad; la filosofía moderna busca seguridad a expensas de encerrar al hombre
en un polígono o un tubo de ensayo.
El humanismo posee la frescura y la belleza de un diálogo
platónico. La filosofía académica posee el rigor y el prosaísmo de un tratado
aristotélico.
El humanismo griego
lo hemos conocido de manos de Jaeger (Paideia);
el romano, con Humanismo romano de
Antonio Fontán; el italiano, con El sueño
del humanismo de Francisco Rico, donde relata el espíritu de las
diversas generaciones de humanistas con buen estilo y profundo conocimiento de Petrarca,
padre del humanismo renacentista. De La
cultura del Renacimiento en Italia, de Jacob Burckhardt, se puede discrepar,
pero no se puede no leer. Príncipes y
humanistas, de Fontán, es un claro libro de un claro hombre, No olvidemos a
Kristeller, sabio sobre el Renacimiento, enemigo de la máxima “no dejes que los
datos arruinen tus hermosas teorías”. Kristeller fustiga los mitos sobre el Renacimiento
en El pensamiento renacentista y sus
fuentes.
Pero ahora quiero hablar de la mejor
visión global del humanismo que he leído: Sobre
el viejo humanismo de Javier García Gibert (Marcial Pons, Madrid, 2010, 467 páginas), una historia del humanismo
desde Grecia hasta nuestros días, con calas en los autores más relevantes hecha desde una perspectiva humanista, esto
es, apasionada, crítica, comprometida.
Los
grandes libros impulsan a la escritura, copiar citas, hacer otro libro,
releerlo. Sobre el viejo humanismo es
un libro de libros. El autor muestra una erudición extraordinaria, pero se
expresa con corrección y claridad: se le entiende. Habla de muchos libros
fundamentales que el lector se ve compelido a leer. Es un libro de libros que
hay que releer y, pacientemente, visitar las fuentes primarias que cita, porque no
son baladíes ni tangenciales.
Me
gusta el compromiso de García Gibert, pues es el compromiso propio del
humanismo. Los humanistas no se parapetan detrás de un abstruso lenguaje
académico, una jerga de secta. No. A los humanistas se les entiende. Se les
entiende demasiado bien. ¿Por eso quizás Sócrates fue condenado a envenenarse, Platón
reducido a esclavitud, Cicerón decapitado, Séneca suicidado por imperativo
legal, y Boecio y Moro ajusticiados…? En fin, no deseo que el autor de Sobre el viejo humanismo y quienes
compartimos su fervor humanista corramos la misma suerte. Pero el humanismo no
es complaciente con el poder ni con la cultura dominante. El humanismo detesta
esa vulgaridad de “lo políticamente correcto”. Una perla, entre muchas, de
García Gibert: Rousseau ha sido “el mayor intoxicador de conciencias que haya
existido” (pág. 393).
Sobre el viejo humanismo. Me hubiera gustado escribir este libro,
ser capaz de escribirlo, saber lo suficiente para escribirlo. Enhorabuena. Pero
es un libro que compromete. En la era tecnológica en que se nos sitúa como
espectadores de unos cambios “que nos sobrevienen”, García Gibert nos devuelve
a la realidad de la libertad y del compromiso. No somos espectadores. Estamos
llamados a ser protagonistas de nuestro presente y nuestro futuro. Contamos con
la razón, más poderosa que cualquier tableta de Apple. Y contamos con una
tradición de 2.500 años. No estamos solos. Las mentes más lúcidas de la
historia, los humanistas, nos acompañan.
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