Creación poética y componente simbólico en la obra de San Juan de la Cruz (María Jesús Mancho Duque)

Poesía y teología en S. Juan de la Cruz, VV.AA., Monte Carmelo, Burgos, 1990.

Mientras el simbolismo confiere un carácter abierto, dinámico, plurivalente e inabarcable, las explicaciones alegóricas, ofreciendo tan sólo algunas de las muchas explicaciones posibles de aquel oscuro núcleo de sugerencias, constituyen un principio de limitación y concretización. El simbolismo, transido de esa oscura vaguedad, ambigüedad y multivalencia, constituye para muchos la raíz de toda poesía. (119)

«El animismo o cinetismo es una necesidad poética fundamental a través de la cual la imagen transforma la forma en que se encarna, dinamizándola. Esta necesidad reside en el origen mismo de la imaginación. Y de ahí que en toda auténtica poesía dinámica las cosas no son lo que son, sino lo que llegan a ser, es decir, que no hay formas fijas. (Ello explica la dificultad insoslayable de una semántica simbólica). El mundo poético es un cosmos en expansión» (A. Fernández y González, «De la imagen y símbolo en la creación literaria», Traza y Baza, 1, 1972, p. 107. [Subrayado del autor]). (130)

El símbolo encierra en sí un carácter dicotómico propio, que engloba lo concreto y lo abstracto, lo material y lo espiritual, lo intuitivo y lo conceptual, lo subjetivo de la expresión y lo objetivo de la significación, etc. Esa cualidad de poder subsumir entidades antinómicas es lo que se denomina la «ambivalencia del símbolo».  (120)

La imagen simbólica es una unidad ambivalente capaz de generar y estructurar una realidad nueva: lo real imaginario. El símbolo no sólo ofrece una abreviatura simbólica de lo ya conocido, sino que sirve también para descubrir determinadas conexiones lógicas en una perspectiva abierta. (121).


San Juan mediante el símbolo descubre, reconoce e incluso, gracias a su preparación intelectual, interpreta su experiencia. Se sirve de él como un elemento ordenador del continuum de su experiencia. (122).

San Juan de la Cruz reunía las condiciones idóneas de cultura, lirismo y experiencia necesarias, al mismo tiempo que una gran sensibilidad espiritual, para la creación de auténticos símbolos.  (122).

Con todo, es preciso tener en cuenta que el símbolo no contiene sólo carga subjetiva, sino objetiva y universal. «El poeta lírico no es un hombre que se entrega al juego de los sentimientos. El simple ser arrastrado por las emociones es sentimentalismo pero no arte. Un artista que no esté absorbido por la contemplación y creación de formas sino por su propio placer, más bien, o por su degustar la alegría o la pena, se convierte en un sentimental» [E. Cassirer, Antropología filosófica. Introducción a una filosofía de la cultura. México, Fondo de Cultura Económica, 1945, p. 264.]. Es decir, los aspectos subjetivos del símbolo deben estar encarnados en un proceso de objetivación que es el que le confiere validez general dentro de unos presupuestos generales comunes.

Nadie más alejado del subjetivismo y sentimentalismo que San Juan de la Cruz, el místico español que despersonaliza más intensa y sistemáticamente su experiencia. A diferencia de Santa Teresa, que utiliza siempre la primera persona y describe minuciosamente sus vivencias, San Juan de la Cruz diluye los rasgos identificadores de la lengua, de suerte que, aunque deducimos que se trata de fenómenos ocurridos a él mismo, todo lo tratado adquiere validez y alcance general. San Juan es reconocido como un místico universal, a lo que contribuye decisivamente el gran uso y creación de símbolos de que está impregnada su obra. (123),

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