El Principito, de Antoine de Saint-Exypery, es uno de los libros
más traducidos y vendidos de la historia (140 millones de ejemplares). ¿Por
qué? Es la breve y original historia del encuentro de un aviador perdido en el
desierto con un niño que se presenta como príncipe de un pequeño planeta. Pero
la originalidad de esta historia no basta para explicar su éxito. Lo relevante
es que las palabras del principito reflejan de un modo verosímil la mente de un
niño: ingenuidad, sencillez, bondad, sin los afanes, con frecuencia mezquinos,
de los adultos. Y solemos conectar con la sencillez infantil. De ahí el éxito
del libro. Realmente, El principito
es una reflexión sobre el mundo contemporáneo con los ojos de un niño.
Uno de los mensajes centrales de esta novelita
es el que da título al artículo: “lo importante es invisible a los ojos”. El principito, que repite varias veces
esta idea llamándola su secreto, muestra
cómo nuestra percepción de lo que nos rodea depende más de nuestra mirada que
de las cosas mismas.
Desde el primer capítulo encontramos
esta idea reflejada en el famoso y simpático episodio del dibujo del elefante
tragado por la boa. Aparentemente, el dibujo parece un sombrero, pero, el
principito ve más allá: se trata del abultadísimo estómago de una boa…
La idea de que lo
importante es lo que no se ve evoca a Platón y su célebre mito de la caverna. Porque,
según el filósofo ateniense, habitamos, metafóricamente, en una cueva en la que
se reflejan sombras del exterior, y vivimos pensando que las sombras son la
realidad, cuando en verdad constituyen un pálido reflejo de las cosas. Pero, si
salimos de la caverna, podremos descubrir a plena luz del día los seres que
causan esas sombras; ya no vemos apariencias, sino la realidad: hemos
abandonado el ámbito de las opiniones pasajeras y hemos llegado a la ciencia,
al conocimiento.
Esta idea nos conduce también
al concepto de fe: creer sin ver, saber sin ver. La fe, frente a lo que pueda
parecer, es un modo habitual de conocimiento humano, pues gran parte de lo que
sabemos no procede de una comprobación experimental, sino de nuestra confianza
en la narración de otros. Creemos, por ejemplo, lo que nos cuentan nuestros
padres de su juventud, aunque no hemos podido presenciarlo. Nuestros
conocimientos de historia se basan en la fiabilidad de los historiadores, que a
su vez han de interpretar los documentos de otros… Por eso la fe, como virtud
cristiana, es un don que nos capacita para asentir a unos conocimientos a
partir de lo oído (fides ex auditu, según
San Pablo). Lo particular de la fe cristiana es que no es una simple fe humana,
sino un don, una gracia, un favor que Dios concede para asentir a unas
determinadas verdades. El contenido de la fe cristiana son las confidencias de
Dios. Pues, ¿cómo puedo conocer la intimidad de un amigo si no me la revela? La
fe es la revelación de la intimidad de Dios.
Volviendo a nuestra
novela, el mensaje de que las cosas más importantes de la vida ─y no solo las religiosas─ se ocultan a los ojos corporales nos hace mucho bien, pues es la verdad. La
personalidad, el alma, están “al otro lado” de la fachada corporal, del aspecto
más o menos atractivo de las personas; lo que vemos es siempre una punta de
iceberg: enseña bastante menos de lo que esconde. Lo visible, lo mensurable es
parte de la realidad, pero no toda ni lo más importante de ella.
El principito critica ese espíritu de geometría, denunciado por
Pascal, cuando se aplica a lo humano: ese afán por medir, pesar, cuantificar.
Esa costumbre adulta de interesarse solo “por las cifras”, por el cuánto, más
que por el cuál o el cómo. El principito supone
un baño de humanidad, un aire fresco
para los retorcimientos de la mente. Algo que puede explicitarse con estos
textos de la Introducción al cristianismo
de Joseph Ratzinger:
El hombre tiende por inercia natural a lo visible,
a lo que puede coger con la mano, a lo que puede comprender como propio. Ha de
dar un cambio interior para ver cómo descuida su verdadero ser al dejarse
llevar por esa inercia natural. Ha de dar un cambio para darse cuenta de lo
ciego que es al fiarse solamente de lo que pueden ver sus ojos. Sin este cambio
de la existencia, sin oponerse a la inercia natural, no hay fe. Sí, la fe es la
conversión en la que el hombre se da cuenta de que va detrás de una ilusión al
entregarse a lo visible. He aquí la razón profunda por la que la fe es indemostrable:
es un cambio del ser, y sólo quien cambia la recibe. Y porque nuestra inercia
natural nos empuja en otra dirección, la fe es un cambio diariamente nuevo;
sólo en una conversión prolongada a lo largo de toda nuestra vida podemos
percatarnos de lo que significa la frase “yo creo”. He aquí la razón por la que
la fe es hoy día, bajo las condiciones específicas que nos impone nuestro mundo
moderno, problemática y, al parecer, casi imposible. Pero no sólo hoy, ya que
la fe siempre ha sido, más o menos veladamente, un salto sobre el abismo
infinito desde el mundo visible que importuna al hombre. La fe siempre tiene
algo de ruptura arriesgada y de salto, porque en todo tiempo implica la osadía
de ver en lo que no se ve lo auténticamente real, lo auténticamente básico. La
fe siempre fue una decisión que solicitaba la profundidad de la existencia, un
cambio continuo del ser humano al que sólo se puede llegar mediante una
resolución firme.
El principito es una novela alegórica.
Aparecen una serie de personajes-tipo: un rey, un vanidoso, un contador de
dinero, un bebedor, un hombre de negocios, un farolero, un geógrafo… con
actitudes en las que podemos vernos retratados: el afán de poseer, de
seguridad, rutinas sin sentido, agobios por no saber conformarse con lo que
tenemos, la esclavitud del consumo. El protagonista es feliz a pesar de no
tener casi nada: un minúsculo planeta con una flor, un cordero y tres pequeños
volcanes…
Este niño es un buen maestro. Escuchemos, para concluir, algunas de sus
frases: “Lo bonito es lo útil”; “sólo con el corazón se puede ver bien; lo
esencial es invisible para los ojos”; "lo que veo es sólo la corteza; lo
más importante es invisible..."; “pero los ojos son ciegos. Hay que buscar
con el corazón”. “Lo más importante nunca se ve...”.
Antonio Barnés
Doctor en Filología
Hola Antonio, muchas gracias por estas líneas. Me han gustado mucho. Y nuestros "estupendos" políticos ninguneando a las humanidades en los planes de estudio, así vamos y así nos va a ir... Saludos, Juan Ignacio Grande
ResponderEliminarHe llegado a la conclusión que imponer un currículo cerrado, sea cual fuere, es un abuso de poder. Debe haber margen en los centros educativos para que participen en la elaboración del plan de estudios.
EliminarNunca se encerró tanta verdad en tan poco espacio. Muy bien comentado.Gracias por abrirnos los ojos con la llave del corazón.
ResponderEliminarMuy amable...
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