Diacronía literaria y culto a la novedad


La diacronía literaria es un excelente antídoto del culto a la novedad. La lectura de obras literarias del pasado nos salvaguarda de las paranoias de los pensamientos dominantes. Esos clichés en los que se refugian quienes se apuntan al caballo ganador en los hipódromos del día, quienes renuncian a un pensamiento crítico, quienes temen ser como Sócrates, el tábano que impide el sueño de la ciudad, no sea que tal aventura acabe en la cicuta del ostracismo de los bien pensantes.

Reivindico taxativamente el recelo ante la moda intelectual. Nada más vanal que la moda. Quienes no hacen mucho sostenían con fervor religioso los dogmas marxistas se aprestan ahora a negar la validez de todo dogma, de toda ciencia, cerrando la puerta de la caverna y abrazándose a la opinión más engañosa como único asidero. es decir, niegan todo asidero.

El fervor ante la moda, y la estampida hacia la grey de los nuevos gurús es un excelente motivo para desconfiar de la tiranía de lo último, que no suele ser sino lo viejo con ropajes vistosos.

La posmodernidad es un magnífico ejemplo de semejante culto a la novedad. La posmodernidad es el chapapote de la Ilustración. El ciclo del agnosticismo kantiano se cierra. Se niega todo criterio incurriendo en la incoherencia más simple: la de hacer imposible el primer postulado, pues si no hay criterio alguno, tampoco pueden adoctrinarnos.

La posmodernidad es una patente de corso para incrementar las publicaciones en las que nada -ni los objetos ni los sujetos- puede objetar nada, ya que se niega todo criterio de verificación.

Hesíodo, María de Francia, Rabelais, Apuleyo, Cervantes, Dante, Esopo, Berceo, Boccaccio, Chaucer. Autores de otras épocas que, desde sus aciertos y paranoias podemos confrontar los aciertos y paranoias de nuestro presente.

Ni las soluciones son tan diáfanas ni tan oscuras como los mentores del tiovivo intelectual quieren confundirnos de la noche a la mañana y de la mañana a la noche.

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