El Renacimiento y el Humanismo son fenómenos extremadamente
complejos. El estudioso es un caballero que ha de luchar constantemente contra
el gigante de la simplificación. Conviene leer alguna obra de Kristeller,
Chastel o Burke sobre este periodo.
No se puede contraponer humanismo y cristianismo. El Renacimiento surge, en primer lugar, como un movimiento de renovación estética,
particularmente de la lengua, el latín. Se busca en los autores latinos de la
antigüedad una purificación del estilo de la baja escolástica.
El intelectual del Renacimiento está intensamente preocupado
por la renovación de la vida cristiana y de la Iglesia. Se redescubren los Padres de la iglesia en sus textos, se estudia con fervor la Sagrada Escritura,
se busca la pureza de los inicios: desde Petrarca hasta Erasmo, desde Pico
della Mirandola hasta Vives, pasando por (Santo) Tomás Moro, el Renacimiento
es, en cierto sentido un movimiento más religioso que la Edad Media, pues nace
con la devotio moderna, un deseo de piedad personal que culminará,
precisamente, en la eclosión de la mística española.
El redescubrimiento del cuerpo humano en el arte no
significa un antropocentrismo que deje de lado a Dios, porque el hombre se ve
como imagen y semejanza de Dios. El Renacimiento no es disyuntivo: o Dios o el
hombre, sino copulativo: Dios y el hombre.
Leamos a Burke: "Si queremos estudiar el Renacimiento en términos de «secularización»,
al menos deberíamos ser conscientes de que estamos aplicando a este período
categorías posteriores". (El Renacimiento italiano. Cultura y sociedad en Italia).
Como dice Kristeller en El
pensamiento renacentista y sus fuentes, Fondo de Cultura Económica, México,
1982, “en la Italia renacentista, el humanismo y el escolasticismo aristotélico
no eran tanto dos corrientes ideológicamente opuestas –y mucho menos representantes
de una filosofía nueva y otra antigua-, sino dos campos de interés coexistentes”.
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