viernes, 12 de abril de 2013

La jaula y la ventana




El dogma kantiano expulsa a Dios de la razón y encierra al hombre en una jaula; el dogma cristiano abre una ventana al misterio, que no constriñe a la razón, sino que la incentiva.

La mejor defensa suele ser un buen ataque; y el ataque menos elaborado suele ser culpar al contrario del principal defecto propio. De ahí que los que acusan de encorsetadores a los dogmas cristianos son de ordinario quienes más aherrojan la mente humana, al hacer a la razón esclava de las ciencias particulares, de la experimentación, de la técnica.

La fe cristiana ha supuesto el mayor incentivo para que la razón ampliase exponencialmente su campo de exploración. El misterio es luz, no tiniebla; exceso de luz, donde hay que aclimatarse y adentrarse.

La razón cautiva por los estrechos cauces del racionalismo, el empirismo y el idealismo degenera en la autoreferencia, el apegamiento al dato, la búsqueda convulsiva de información que trata de tapar el hueco dejado por la prohibición de las preguntas fundamentales: ¿quién nos ha hecho a nosotros y al mundo?

Los principales dogmas cristianos, el misterio de la Santísima Trinidad y la encarnación del Verbo, no aherrojan la mente, le abren perspectivas. Kant, en cambio, padre de todos los agnósticos, mantiene enjauladas millones de mentes humanas privadas, no ya de responderse, sino de preguntarse por el sentido de la vida.

El agnosticismo es profundamente irracional, pues el hombre es un ser en busca de sentido. Quien, constantemente, desde hace varios miles de años, va encontrando cientos de sentidos para cientos de interrogantes, debe autoflagelarse sin preguntarse por el sentido más radical de Dios, el hombre y el mundo.

Los cristianos son cristianos por la gracia de Dios; los agnósticos lo son por la gracia (o la desgracia) de Kant.

Solo una jaula forzada puede impedir la pregunta y la respuesta sobre Dios. Las últimas respuestas a las últimas preguntas no son fáciles. Pero ningún conocimiento importante es sencillo. La dificultad no justifica la prohibición de andar por el camino cognitivo.


El dogma kantiano prohíbe pensar en Dios; no es que fustigue el politeísmo, o argumente contra el ateísmo, o ataque la racionalidad de un Dios uno y Trino. Prohíbe pensar en Dios. Es la inquisición más radical. Engendra una religión, la religión de los agnósticos, por la vía del no-pensamiento. Más vale desvariar sobre el sexo de los ángeles que prohibir el pensamiento.

Para Kant, solo podemos hacer ciencia del fenómeno -lo que aparece-, dejando lo que las cosas son, o la indagación sobre el ser de las cosas fuera del campo de la razón, de la ciencia. Kant no solo no anima a salir de la caverna platónica, sino que tapia la puerta de la caverna. No aconseja o prohíbe salir: lo hace imposible.

Al parecer Hume despertó a Kant de su sueño dogmático, pero el filósofo de Königsberg diseñó una caverna dogmática en que tiene encerrada a media humanidad. Este comienzo de tercer milenio puede ser un buen momento para romper la tapia kantiana que impide a la inteligencia leer entre los objetos del mundo.

El enjaulamiento kantiano ha desacreditado la razón, pues si la mente no puede descubrir lo que son las cosas en sí, más vale arrojarse en los brazos de la voluntad y las emociones; y poner a la razón al servicio de la experimentación maquinal.

Algunas consecuencias de la jaula mental son:

Convertir el método en la meta. Las disciplinas (intelectuales) se convierten en discursos del método. Lo importante es cómo enseñar, no lo que se enseña. Se convierte la ciencia en una farragosa declaración de principios (metodológicos). No se busca el conocimiento sino el proceso de aprendizaje.

El descriptivismo anula la interpretación, condenado al ser humano a quedarse en el vestíbulo del conocimiento.

El espíritu de geometría aplasta al de finura (Pascal); y los paradigmas se visten de científicos (Steiner), pese a que parten de mitos para explicar el hombre y su historia (marxismo, psicoanálisis y antropología cultural).



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