A más información, menos conocimiento


Una computadora almacena y procesa datos; pero el ser humano es capaz de conocer, reconocer e interpretar los datos. El ordenador indicará en un instante cuántas veces un poeta escribe el adjetivo rojo. No podrá decir, en cambio, por qué lo hace o qué logra haciéndolo. Porque esos efectos no son medibles matemáticamente.
Conocer no es almacenar, sino hallar la relación entre los datos. Es leer entre los datos, tratando de encontrar el sutil hilo que los une. Leer entre, inter-legere: eso es la inteligencia.
Cuanto más se asemeja un hombre a un ordenador, menos conoce, porque cuanta más información, menos conocimiento. Conocer implica asimilar, y la sobreabundancia colapsa.
Internet es cabal expresión de este colapso, de este exceso de información que deviene desinformación.
Cuando un periódico se digitaliza, tiende a convertirse en un conglomerado de informaciones desconexas y volátiles, que lo acercan a una fuente de desinformación.
El espacio virtual facilita la información fragmentada, in-formal, sin forma, sin formato.
Los objetos reales poseen un formato. Y el formato es significativo, es decir, ofrece información sobre el contenido. No es lo mismo un incunable, que una publicidad volandera, un semanario, una oferta de trabajo, un diario o un libro de bolsillo. Los objetos reales no pueden sacudirse su forma y la forma los delata.
En internet, en cambio, el formato pasa a un segundo plano y prima la inmediatez. El exabrupto anónimo convive, a igual distancia, con El banquete de Platón.

Lo relevante y lo irrelevante conviven en un mismo espacio donde lo permanente se rechaza: la norma es la novedad. Lo bueno es lo nuevo. El fin es divertir, o sea, volverse a un lado y a otro, mientras que conocer implica siempre cierta detención del tiempo.

Internet es el sueño del positivista: un almacén de infinitos datos; y la mente internautizada aspira a fagocitar datos. El ayuno de sentido trata de paliarse con una acumulación de datos que, si no satisface, al menos entretiene, y produce el espejismo del conocimiento.
La rápida visita a un museo, donde los cuadros son fotogramas de una película con imposible argumento, produce la sensación del incremento de cultura, sustitutivo comercial del conocimiento.

Pero pensar es pensare: pesar, sopesar. Y no cabe pesar miles de objetos en continuo incremento; no es posible sopesar, solo acumular en un almacén tan espacioso, que impide la búsqueda de elementos.

Conocer es agrupar lo disperso: cogitare; cum-agitare, conducir lo alejado hasta el centro. Pero si hay que agrupar miles de datos, el empeño se hace vano. Y el sujeto se fragmenta entre los datos, pasando de conductor a conducido.

El exceso de información es superfluo, colapsa.
La inabarcable información detiene el conocimiento.
El cerebro humano se transforma en una extensión del ordenador personal. El cerebro deviene un disco duro externo del ordenador, que se convierte en fuente de alimentación del cerebro. El hombre aspira a funcionar como una computadora, esto es, un inmenso almacén de fotos, vídeos, textos... en movimiento.

Comentarios

  1. Se dice que la Web contribuyó a las posibilidades de comunicación, por ende también a la comunicación de la información y, por lo tanto, a la comunicación de conocimiento, es decir, en definitiva, de la educación, de la cultura, etcétera, etcétera, etcétera. Pero amigos de la informática: ¿Cuál es la certeza, si es que hay modo de verificarlo, que, habiendo recorrido de nodo a nodo las infinitas fuentes de información y, habiendo encontrado una documentación exacta referida a nuestra búsqueda, hayamos aprendido algo verdaderamente? Ustedes dirán: sí, se aprende de una manera veloz y cada vez más autosuficiente. En un futuro, como lo ha premonitado la ciencia-ficción, el trabajo duro será para las máquinas, ya no habrá que esforzarse y el conocimiento será ampliamente generalizado y global. Y tienen razón, quizás haya un conocimiento, pero para mí, así, jamás un aprendizaje. Aprender es más que conocer, aprender no solamente es absorber contenidos, se trata aquí de nuestro futuro como personas capaces de forjarse una identidad, un carácter que no se traman en lo virtual. La Internet, no puedo dudarlo, tiene sus beneficios, pero el aprendizaje, señores, es en lo profundo y en lo personal. Una cultura virtual no respeta identidades, las personas se relacionan no con un autor, con un libro, sino con una enciclopedia. El trato es tan amplio como poco comprometido. Y una educación sin profundidad y sin compromiso raya en el ocaso. Sin embargo, yo, Javier Santos Rodríguez, estoy lejos de tener una verdad acerca de este asunto. Realmente estamos parados en un momento de transición para mí, entre dos edades históricas, y eso no nos da permiso para elaborar una conclusión verdadera. Otros más hábiles sabrán refutar todo lo dicho anteriormente y tendrán sus razones. Por eso, creo que existe en mí un cuestionamiento que va más allá de la disyuntiva y que determina como necesarias las dos posiciones. Veo la cultura como un barco de vela en alta mar. Me parece sinceramente que no habría avance cultural sino por el viento que adviene lo nuevo, lo moderno, la tecnología y la informática. Pero, pero, para que un barco cultural avance es necesario su vela, es decir la resistencia a ese viento, que si no fuera por la vela, sería puro vértigo y habría quizás un riesgo que no significaría cambio, sino algo peor, degradación de la cultura. Creo, y en eso estoy muy seguro, que los cambios son moralmente buenos pero que tienen que ser paulatinos y suaves. Aun así, percibo necesario el viento, el vértigo contenido en diálogo con la vela. Tampoco se avanza sin viento.

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    1. Gradcias por tu comentario tan sugerente. Las relaciones interpersonales son insustituibles. El icono del conocimiento son los diálogos platónicos y los evangelios. Un maestro y sus discípulos en largas tertulias.

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