La crisis que nos envuelve nos incita a múltiples reflexiones.
En primer lugar, me llama la atención el excesivoer del Estado. Recuerdo de alguna biografía del poderoso Carlos V cómo iba de corte en corte reclamando aprobación para sus políticas. Ahora, en cambio, un Gobierno pulsa un botón -llámese decreto-ley- y suprime extraordinarias, cambia horarios de trabajo, despide trabajadores... Sorprende esa falta de cortafuegos entre el Estado y la sociedad.
Parece que el Estado se sienta sobre la sociedad y la aplasta.
Creo que este omnímodo poder del Estado es efecto de su sacralización. Se presenta como un ente abstracto, presumiblemente neutro, justo, benefactor, salvador, sacralizado, curiosamente, tras expulsar a los reyes que gobernaban "por la gracia de Dios", es decir, por el favor, el beneplácito de Dios.
Hay en efecto una mitificación del Estado, cuando lo cierto es que el llamado Estado está diriido por una clase política, esto es, unos seres humanos tan propensos a la avaricia como cualquier mortal. Pero, así como en otras épocas el rostro del gobernante y sus grandezas y miserias aparecían patentes; ahora, la clase política, los validos, los faraones de esas estructuras clientelistas llamadas partidos se parapetan tras los tecnicismos del BOE, la abstracción del Estado, las geometrías de una organización tecnológica y tecnocrática.
Al parecer, hemos gastado lo que no teníamos. Pero los responsables del exceso son los que están administrando la solución, siendo el mal gestor quien habría de rendir cuentas de su mala administración.
A la postre el problema, más que económico es antropológico: la inflamación del Estado, su ocupación de la sociedad, su omnímoda invasión fruto de una errónea lectura, rusoniana, de los orígenes del mal.
El unitario Estado franquista se transformó, durante la Transición, en un conglomerado de mini-estados, que han multiplicado geométricamente el gasto público, y han ampliado la clase política de manera insostenible. Esa mentalidad de "todo el poder para los soviets" se contagia también a los ayuntamientos, que se convierten en maquinarias de clientelismo político y especuladores del básico derecho a la vivienda.
El efecto es una multiplicación de agentes estatales: cultura del ayuntamiento, cultura de la diputación, cultura de la comunidad autónoma, cultura del Estado central... ¿Dónde están los Cervantes, los Góngoras y Quevedos, los Lope y Calderón, los Velázquez y Murillo de tamaño incentivo cultural? Parió un monte y apareción un ratón.
El Estado del Bienestar es la versión del programa marxista para las democracias occidentales. Mejor dicho, para las partitocracias. Esos sistemas en que cada cuatro años ofrecen a los ciudadanos un puñado de listas cerradas. Listas confeccionadas por el califa local, donde lo raro es encontrar a alguien competente en su propio trabajo. Son políticos parásitos, que viven de la política, que se aferran a ella como única solución para compensar su completa inutilidad. Presidentes de Gobierno a quienes no se le conoce ningún trabajo fecundo más allá de la intriga partidista.
Al parecer, el despilfarro, la fanfarronería, la dilapidación del dinero "que no es de nadie", se solucionará gracias a las medidas de los ejecutivos burócratas de Bruxelas, cuyo jefe, Durao Barroso, afirmó en una entrevista que no había que indagar las causas de la crisis, sino abordar las soluciones. Pero, ¿qué terapia curará la enfermedad sin un diagnóstico certero? Son individuos que suben hasta su máximo nivel de incopetencia.
Analistas económicos hablan de "ciclos" para eximir de las responsabilidad a sus principales causantes: los políticos y sus políticas. No es nuevo. Es el determinismo darwiniano que se sitúa en el corazón de las leyes económicas y el Mercado, nuevo dios carente de la gracia y la belleza de su mentor Mercurio.
Resulta que el trabajo bien hecho, la planificación racional, la eliminación de estructuras de avaricia... no son remedio de la crisis, que se acabará por un Nuevo Ciclo sobrevenido por arte de magia.
Hay que ser muy críticos con los datos que ofrecen los políticos burócratas y financieros. Porque ellos mismos -por incompetencia o malicia- no han impedido esta situación.
Es el momento de construir cortafuegos contra estos salvadores de la globalización, estos aplastadores de la inteligente y libre iniciativa personal, familiar, empresarial y social. Creo que internet es un instrumento interesante para ello. Ha nacido un ámbito difícilmente controlable por los políticos.
En primer lugar, me llama la atención el excesivoer del Estado. Recuerdo de alguna biografía del poderoso Carlos V cómo iba de corte en corte reclamando aprobación para sus políticas. Ahora, en cambio, un Gobierno pulsa un botón -llámese decreto-ley- y suprime extraordinarias, cambia horarios de trabajo, despide trabajadores... Sorprende esa falta de cortafuegos entre el Estado y la sociedad.
Parece que el Estado se sienta sobre la sociedad y la aplasta.
Creo que este omnímodo poder del Estado es efecto de su sacralización. Se presenta como un ente abstracto, presumiblemente neutro, justo, benefactor, salvador, sacralizado, curiosamente, tras expulsar a los reyes que gobernaban "por la gracia de Dios", es decir, por el favor, el beneplácito de Dios.
Hay en efecto una mitificación del Estado, cuando lo cierto es que el llamado Estado está diriido por una clase política, esto es, unos seres humanos tan propensos a la avaricia como cualquier mortal. Pero, así como en otras épocas el rostro del gobernante y sus grandezas y miserias aparecían patentes; ahora, la clase política, los validos, los faraones de esas estructuras clientelistas llamadas partidos se parapetan tras los tecnicismos del BOE, la abstracción del Estado, las geometrías de una organización tecnológica y tecnocrática.
Al parecer, hemos gastado lo que no teníamos. Pero los responsables del exceso son los que están administrando la solución, siendo el mal gestor quien habría de rendir cuentas de su mala administración.
A la postre el problema, más que económico es antropológico: la inflamación del Estado, su ocupación de la sociedad, su omnímoda invasión fruto de una errónea lectura, rusoniana, de los orígenes del mal.
El unitario Estado franquista se transformó, durante la Transición, en un conglomerado de mini-estados, que han multiplicado geométricamente el gasto público, y han ampliado la clase política de manera insostenible. Esa mentalidad de "todo el poder para los soviets" se contagia también a los ayuntamientos, que se convierten en maquinarias de clientelismo político y especuladores del básico derecho a la vivienda.
El efecto es una multiplicación de agentes estatales: cultura del ayuntamiento, cultura de la diputación, cultura de la comunidad autónoma, cultura del Estado central... ¿Dónde están los Cervantes, los Góngoras y Quevedos, los Lope y Calderón, los Velázquez y Murillo de tamaño incentivo cultural? Parió un monte y apareción un ratón.
El Estado del Bienestar es la versión del programa marxista para las democracias occidentales. Mejor dicho, para las partitocracias. Esos sistemas en que cada cuatro años ofrecen a los ciudadanos un puñado de listas cerradas. Listas confeccionadas por el califa local, donde lo raro es encontrar a alguien competente en su propio trabajo. Son políticos parásitos, que viven de la política, que se aferran a ella como única solución para compensar su completa inutilidad. Presidentes de Gobierno a quienes no se le conoce ningún trabajo fecundo más allá de la intriga partidista.
Al parecer, el despilfarro, la fanfarronería, la dilapidación del dinero "que no es de nadie", se solucionará gracias a las medidas de los ejecutivos burócratas de Bruxelas, cuyo jefe, Durao Barroso, afirmó en una entrevista que no había que indagar las causas de la crisis, sino abordar las soluciones. Pero, ¿qué terapia curará la enfermedad sin un diagnóstico certero? Son individuos que suben hasta su máximo nivel de incopetencia.
Analistas económicos hablan de "ciclos" para eximir de las responsabilidad a sus principales causantes: los políticos y sus políticas. No es nuevo. Es el determinismo darwiniano que se sitúa en el corazón de las leyes económicas y el Mercado, nuevo dios carente de la gracia y la belleza de su mentor Mercurio.
Resulta que el trabajo bien hecho, la planificación racional, la eliminación de estructuras de avaricia... no son remedio de la crisis, que se acabará por un Nuevo Ciclo sobrevenido por arte de magia.
Hay que ser muy críticos con los datos que ofrecen los políticos burócratas y financieros. Porque ellos mismos -por incompetencia o malicia- no han impedido esta situación.
Es el momento de construir cortafuegos contra estos salvadores de la globalización, estos aplastadores de la inteligente y libre iniciativa personal, familiar, empresarial y social. Creo que internet es un instrumento interesante para ello. Ha nacido un ámbito difícilmente controlable por los políticos.
Antonio: Completamente de acuerdo, aunque ampliaría la visión también al sector financiero, político y los medios. No les interesa el ciudadano, les interesa solamente lo que a ellos les pueda producir beneficios. Esto que lo tienen claro casi todos los españoles, esta falto de vertebración, de líderes que digan hasta aquí hemos llegado. La que manda es la sociedad y los ciudadanos.
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