Renunciar a conocer el sentido de la vida es renunciar a ser hombres. Se puede hacer, pero es una decisión suicida. Y el suicidio es el supremo acto de cobardía, de huida de sí mismo y del mundo.
El hombre, como dice Viktor Frankl, es un ser en busca de sentido, y lo es porque puede serlo. El ser humano puede buscar y encontrar sentido porque es inteligente, es capaz de leer entre (eso es inter legere: intellegere), leer entre los datos, leer los datos. Ese es el sentido: saber qué son los datos, qué nos dicen los datos. Ni saberlo todo, ni no saber nada.
No pocos que creían a pies juntillas en la interpretación marxista de la vida, donde todo poseía un sentido, afirman ahora que nada tiene sentido. Curiosa transición del todo a la nada. Irracional postura.
Que haya fracasado en sus mentes el totalitarismo marxista (me refiero al totalitarismo mental) no significa que ningún sentido tenga cabida.
El soberbio cree conocerlo todo o cree que no conoce nada. Al final, es la misma actitud. El yo como protagonista del universo.
Las religiones ofrecen un sentido; la filosofía ofrece un sentido; el arte ofrece un sentido; la ciencia ofrece un sentido.
Y el ser humano, con su mente, y con la mente de otros, sinérgicamente, puede buscar y encontrar sentidos. Renunciar a ello porque es arduo, es cobarde. Postular el nihilismo es irracional y falso.
Un hermoso camino de búsqueda y encuentro del sentido es la filosofía del ser, la filosofía aristotélico-tomista.
Un fácil callejón sin salida es el cinismo materialista, la ironía subjetivista, el inmanentismo egolátrico, la filosofía esclava de la ciencia experimental, el panlogismo hegeliano, el erotismo difuso.
Decir que la religión ya no ofrece sentido a la vida porque ha descendido la práctica religiosa no es precisamente un pensamiento de altos vuelos, y desconoce la historia de la religión (y eso sí que es eurocentrismo).
Afirmar que la filosofía no ofrece sentido es universalizar la propia frustración conceptual.
Asegurar que el arte no ofrece sentido es esclavizarse a las modas efímeras.
Decir que la ciencia no ofrece sentido cuando desvela la estructura del mundo y, con ella, lo transforma cada día, es de una miopía insólita.
El mundo es lógico. Por ello podemos viajar en avión y en tren, curar enfermedades, escribir libros y andar por la calle. El mundo nihilista es una ensoñación de ebrios mentales. Al día sucede la noche y a la primavera el verano. En el universo hay leges (leyes, en latín) porque hay logos (palabra, racionalidad, en griego).
Los nihilistas son los que sustraen al ser humano de la lógica universal, lo introducen en una burbuja egótica donde ese minúsculo y miope yo decide, rey de su propia indigencia, que él no se somete a nada ni a nadie.
Pero, ¡oh, nihilista!. Ni te has nacido, ni te librarás de la muerte. Eres contingente, no te has dado el ser. Luego tu YO habría de minusculizarse y contemplar la naturaleza con menos dosis de alcohol y más humildad.
La nada y el azar no explican nada. Son la fácil salida del que no sabe reconocer su propia ignorancia.
El mundo es lógico porque hay un Logos.
Como decía Antonio Machado:
¿Tu verdad? No, la Verdad.
Y ven conmigo a buscarla.
La tuya, guárdatela.
El hombre, como dice Viktor Frankl, es un ser en busca de sentido, y lo es porque puede serlo. El ser humano puede buscar y encontrar sentido porque es inteligente, es capaz de leer entre (eso es inter legere: intellegere), leer entre los datos, leer los datos. Ese es el sentido: saber qué son los datos, qué nos dicen los datos. Ni saberlo todo, ni no saber nada.
No pocos que creían a pies juntillas en la interpretación marxista de la vida, donde todo poseía un sentido, afirman ahora que nada tiene sentido. Curiosa transición del todo a la nada. Irracional postura.
Que haya fracasado en sus mentes el totalitarismo marxista (me refiero al totalitarismo mental) no significa que ningún sentido tenga cabida.
El soberbio cree conocerlo todo o cree que no conoce nada. Al final, es la misma actitud. El yo como protagonista del universo.
Las religiones ofrecen un sentido; la filosofía ofrece un sentido; el arte ofrece un sentido; la ciencia ofrece un sentido.
Y el ser humano, con su mente, y con la mente de otros, sinérgicamente, puede buscar y encontrar sentidos. Renunciar a ello porque es arduo, es cobarde. Postular el nihilismo es irracional y falso.
Un hermoso camino de búsqueda y encuentro del sentido es la filosofía del ser, la filosofía aristotélico-tomista.
Un fácil callejón sin salida es el cinismo materialista, la ironía subjetivista, el inmanentismo egolátrico, la filosofía esclava de la ciencia experimental, el panlogismo hegeliano, el erotismo difuso.
Decir que la religión ya no ofrece sentido a la vida porque ha descendido la práctica religiosa no es precisamente un pensamiento de altos vuelos, y desconoce la historia de la religión (y eso sí que es eurocentrismo).
Afirmar que la filosofía no ofrece sentido es universalizar la propia frustración conceptual.
Asegurar que el arte no ofrece sentido es esclavizarse a las modas efímeras.
Decir que la ciencia no ofrece sentido cuando desvela la estructura del mundo y, con ella, lo transforma cada día, es de una miopía insólita.
El mundo es lógico. Por ello podemos viajar en avión y en tren, curar enfermedades, escribir libros y andar por la calle. El mundo nihilista es una ensoñación de ebrios mentales. Al día sucede la noche y a la primavera el verano. En el universo hay leges (leyes, en latín) porque hay logos (palabra, racionalidad, en griego).
Los nihilistas son los que sustraen al ser humano de la lógica universal, lo introducen en una burbuja egótica donde ese minúsculo y miope yo decide, rey de su propia indigencia, que él no se somete a nada ni a nadie.
Pero, ¡oh, nihilista!. Ni te has nacido, ni te librarás de la muerte. Eres contingente, no te has dado el ser. Luego tu YO habría de minusculizarse y contemplar la naturaleza con menos dosis de alcohol y más humildad.
La nada y el azar no explican nada. Son la fácil salida del que no sabe reconocer su propia ignorancia.
El mundo es lógico porque hay un Logos.
Como decía Antonio Machado:
¿Tu verdad? No, la Verdad.
Y ven conmigo a buscarla.
La tuya, guárdatela.
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