Metropolis o la tiranía de las máquinas





Metropolis, (Fritz Lang, 1927) es una magnífica película que plantea temas del más alto interés. Metropolis es una ciudad futurista, geométrica, de largos rascacielos, donde una muchedumbre de obreros trabaja a destajo como hormigas en un hormiguero. Es una muchedumbre despersonalizada que funciona como tornillos de una enorme maquinaria.
Al frente de la ciudad hay un circunspecto individuo para quien trabaja un científico que ha diseñado un robor femenino. La ciudad es controlada por máquinas cuyo engranaje son los obreros.
El trabajo maquinal de los ciudadanos, que laboran en el subsuelo de Metropolis, recuerda el de Tiempos modernos de Chaplin, pero sin el tono humorístico y satírico de esta cinta. El subsuelo evoca también las Memorias del subsuelo de Dostoievski, esa confesión en primera persona de un funcionario frustrado.
El culto a la ciencia, a la técnica, la construcción del robot hacen presente El extraño caso del doctor Jekyll y Mr. Hyde, donde con ayuda de la ciencia experimental se pretende controlar el bien y el mal personal.
Todo en fin, nos lleva a unos frutos aciagos de la revolución industrial donde el capital prima sobre el trabajo y el trabajo prevalece sobre la persona, que queda convertida en un insecto, una abeja de panal que, por cierto, enlaza con el insecto en que se despierta Gregor Samsa en la Metamorfosis de Kafka. La cinta es contemporánea de La rebelión de las masas de Ortega y Gasset. Los obreros uniformados y sus movimientos marciales no pueden menos que trasladarnos a este agudo análisis del filósofo español.
Un mundo geométrico, matemático, asfixiante, que en sus inicios fuera ya denunciado por Pascal, sin corazón. Un mundo donde la ciencia decimonónica y la técnica a ella asociada se impone sobre la persona, su creatividad, su libertad, su amor. Es un sistema totalitario, tan propio de ese periodo de entreguerras, entre el totalitarismo soviético y el nazi. No es solo una dictadura, el Gobierno de uno solo. Es un gobierno que lo controla todo.
Y en este panorama surge una mujer, que cuida de los niños, que alienta la esperanza de los obreros en una suerte de templo subterráneo jalonado de cruces. La mujer se llama María, nombre que recuerda la posición de la Virgen en la religión cristiana, aunque no se identifica plenamente con ella. Y con esta mujer se topa el hijo del dueño de Metropolis, que en un momento de juego frívolo, la descubre y se queda prendado de ella. Maríaplantea la necesidad de un mediador, y es en la situación en que aparece este joven.
A partir de este momento se entabla una lucha entre el bien y el mal en clave de redentores (María y el joven) y opresores (el jefe y sus esbirros, particularmente el científico).
La estrategia pro Status quo es sumamente maléfica. Se trata de secuestrar a María y fabricar una María mala, trasponiendo un cuerpo exactamente igual al de María al robot femenino ya dispuesto por el científico. La falsa María se ocupa de soliviantar a las masas no sin antes protagonizar una suerte de espectáculo sensual ante los hombres del jefe que escenifica claramente el contraste entre la María buena (pura) y la María mala (incitadora a la lujuria).
La conclusión de la cinta es que entre la cabeza (el Estado) y las manos (los ciudadanos, los trabajadores), debe haber un corazón.
El plexo de relaciones que puede establecerse con obras filosóficas y artísticas contemporáneas es enorme. Además de las apuntadas pueden señalarse:
- Frankestein: la construcción de un ser humano en un laboratorio
- 1984: el Gran Hermano, de Orwell.
- Un mundo feiz, de Huxley.

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