Yo y el mundo

Realidad y conocimiento
Vivimos en el mundo. Formamos parte del mundo. Podemos conocer el mundo. Pero no creamos el mundo. No somos Dios. Nuestro pensamiento no crea el mundo.
El epicentro del universo no son nuestras ideas sobre el mundo ni nuestras opiniones. A la realidad que nos rodea -planetas, montañas, árboles, animales...- nuestras opiniones no les afectan. Es más importante que conozcamos la realidad, que respetemos la realidad, que lo extramental, lo que está fuera de nuestro yo, sea respetado por nuestro yo. Lo más positivo para un gato es que le conozcamos, no que opinemos sobre él. Si le conocemos, le podremos proporcionar la comida adecuada; si no le conocemos, podemos acabar con su vida al proporcionarle alimentos nocivos para su organismo. Lo que conviene a la nutrición de un gato no son nuestras opiniones, ni el denominador común de las opiniones sobre los gatos; ni la opinión pública, la opinión mayoritaria, o el resultado del referendum sobre los gatos, sino su fisiología.
Hay que respetar la realidad, conocer la realidad. Comprender que el yo debe subordinarse a la realidad, y no manipular la realidad.
Dicotomías maniqueas
Está muy difundida una visión geométrica, que ama mucho el número dos. Es una visión simplista, reduccionista y maniquea. Ahorra pensar. Prescinde del espíritu de finura del que hablaba Pascal. Este pensamiento geométrico reduce en dos partes muchas de las realidades humanas, contraponiéndolas:
ciencia-religión
fe-razón
conocimiento-experiencia
izquierda-derecha
verdad absoluta-opinión
Examinemos algunas de estas contraposiciones.
Por ejemplo: ciencia/religión. A menudo se presentan de modo antagónico, cuando la verdad es que ciencia y religión están íntimamente relacionadas. Por ejemplo, la religión griega tiene mucho que ver con que en Grecia haya surgido la filosofía y la historia occidentales como ciencias, es decir, como saberes racionales por sus causas. Otro ejemplo. La teología cristiana, con su creencia en la creación, con su creencia en que el Mundo ha sido creado por Dios a través del Verbo, del Logos, ha establecido el marco idóneo para el surgimiento de la ciencia moderna y contemporánea.
La indagación enormemente creativa e imaginativa de la religión griega por el origen del mundo y su interés por las genealogías de dioses, héroes y hombres ha favorecido indudablemente el afán presocrático por indagar la arché, es decir, el origen del universo y el esfuerzo de Heródoto o Tucídides por construir una historia de los acontecimientos.
En el caso europeo moderno, no es casualidad que Copérnico, Kepler, Galileo y Newton fueran profundamente cristianos. Como ya hemos adelantado, la fe en la creación elimina el carácter cíclico de la historia e introduce la idea de progreso, de avance, de marcha hacia un fin, ya que la historia es lineal: creación, pecado, promesa de Redentor, preparación profética de la venida de Cristo, Encarnación de Cristo y Redención, tiempo de la Iglesia, Parusía o segunda venida de Cristo. Creer que "en el principio existía el Logos" y que "todo fue hecho mediante el Logos", lleva a concluir que hay una lógica en la creación, en el mundo, que la inteligencia humana puede descubrir. No es casualidad que los padres de la ciencia moderna hayan sido cristianos. "La idea de que la obra de Dios es racional y puede ser descrita bajo la forma de leyes universales, hizo posible la investigación científica", André Maurois, Historia de Inglaterra, Círculo de Lectores, Barcelona, 1970, p. 124).
Más allá de las fricciones que puedan producirse entre religión y ciencia en general, presentar ambos universos conceptuales como irreconciliables es falso.
Distingamos entre fe humana y fe sobrenatural. La fe es una vía de conocimiento basada en la autoridad de quien nos lo transmite. En este sentido, la mayor parte de los conocimientos que aprendemos en nuestra familia, en la escuela y en la sociedad proceden de la fe, es decir, de que nos fiamos de lo que padres, hermanos, maestros, historiadores, investigadores, comunicadores, etcétera nos transmiten. Pocos son los conocimientos que albergamos en nuestra mente que sean la conclusión de un razonamiento. Lo cual no significa que el conjunto de ideas que compartimos sean irracionales, porque es desde la razón desde donde asentimos a lo que nos transmite un informador fiable.
Por ejemplo, el debate sobre si la llegada a la Luna en 1969 fue verdadero o no, pone de manifiesto que la mayor parte de nuestros conocimientos están en manos de unos pocos: nosotros no podemos comprobarlos.
La fe no se contrapone a la razón. La fe es uno de los caminos más habituales de conocimiento. En este sentido, dejando a un lado que para el cristianismo la fe es un don de Dios, es decir, una gracia que nos concede para asentir a las verdades reveladas, desde un punto de vista meramente humano, el creyente judío se fía de los autores de la Biblia, el creyente cristiano se fía, además, de los autores del Evangelio, y el creyente católico, además, se fía de la Iglesia, depositaria de las verdades de fe.
En general, cualquier comunidad, también las científicas, se fían de sus principales maestros: la comunidad marxista (Marx, Engels, Lenin, Gramsci, Altusser...), la comunidad freudiana (Freud, Jung, Lacan...)
Toda comunidad, también la científica, tiene sus tradiciones. La comunidad cristiana tiene también sus maestros y portavoces: San Agustín, Santo Tomás, Santa Teresa, San Ignacio, Pascal, Juan Pablo II...

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