“¿Puede Cervantes salvar la teoría?” - Respuesta a William Egginton, New York Times 9/25/11 - (De Juergen Hahn)
(Texto interesante, aunque con algunos errores gramaticales).
(Este comentario apareció originalmente, sin título, en Cervantes-L.)
Me pareció muy interesante el reciente comentario del Prof. William Egginton en el New York Times. A un aficionado de Cervantes siempre le es grato ver la fama de nuestro ídolo repartida por entre un público más amplio. Y es evidente que Egginton tiene un conocimiento educado del autor.
Sin embargo, es también evidente que el propósito prioritario del Prof. Eggington no es el ensalzamiento de Cervantes en sí, sino, como él mismo afirma, algo muy distinto, a saber, el de rebatir la tesis del Prof. Alex Rosenberg que sostiene que la filosofia más fehaciente es la del “naturalismo”, basada en el método científico, empírico. Pero lo que más provoca el desconcierto de Egginton es que Rosenberg muestre tan poco respeto a la teoría literaria. Su reacción se puede resumir más o menos así: ¿Cómo se atreve este señor a quitarle todo valor epistemológico a esta disciplina, y reducirla a no más que pura diversión, es decir, al nivel mismo de la ficción literaria de que se ocupa? ¡Dios mío! Es para crispar los nervios a un comparatista teórico empedernido.
¿Pero es razonable escandalizarse, como lo hace el Prof. Egginton, de la reputación negativa de su disciplina tal como la formula el Prof. Rosenberg? Porque veamos los datos: Un individuo promedio, educado, ¿cómo puede respectar una teoría cuyos adherentes proclaman una serie de axiomas que trascienden la esfera intelectual y el sentido común en tantos aspectos? Que condena la erudición empírica como mero “prejuicio empírico”? Que califica la ciencia como puro “discurso”, no más objetivo que la percepción estética subjetiva. Que reduce toda la realidad a un ”constructo”, manipulable y “desconstruible” al azar. Que reduce casi toda discusión literaria académica a “raza, clase y género”. Que niega la existencia del autor de una obra de ficción, y que pasa por alto el texto mismo para poder sumirse en pura teoría. (Confrontar a un teórico con la citación de un texto es considerado un “acoso textual”). Que cultiva
la oscuridad retórica y la “mise en abyme” conceptual para contravenir a la claridad. Que pretende ocuparse de la historia para luego juzgarla ahistóricamente (Greenblatt). Que proclama la igualdad de todas las culturas excepto la occidental - porque ésta la hay que diabolizar por completo, porque no ha aportado más que esclavitud, colonialismo, clasismo y sexismo. El hecho de que la eliminación de estos fenómenos también se debe al Occidente no cuenta. Y menos aun el hecho de que el 99% de las invenciones técnicas de que goza la humanidad provienen del Occidente, porque la técnica y la ciencia son para el teórico literario no más que una aberración antiecológica. Porque el mundo era tanto mejor en la Edad de la Piedra, porque era tan ecológico.
Pero lo que más le debió haber movido al Prof. Rosenberg a pronunciar su juicio es el abuso de la ciencia. Al insistir sobre una epistemología subjetiva, indeterminista , posmoderna, una colección de teóricos y filósofos como Foucault, Derrida, Irigaray, Kristeva, Lacan, Jameson y otros pretendían rivalizar, y relativizar, la ciencia natural. Pero con eso definitivamente se pasaron de la raya. ¿Quién no se acuerda de la espectacular parodia que produjo Alan Sokal en 1996 en la revista “Social Text”, en la que pretendió establecer una “teoría cuántica de la gravedad” por medio de una epistemología posmoderna? La ridiculez del ensayo pasó inadvertida por los editores desprevenidos de la revista y produjo aquel choque hilarante que todavía resuena entre los críticos de la teoría.
En vista de todo esto, ¿es tan sorprendente que el Prof. Rosenberg quiera contradecir tales pretensiones? Me imagino que lo que también pudo haber contribuido a su postura es su estancia en Duke University, ya que ésta era durante años uno de los centros más empedernidos de la teoría, con o sin Stanley Fish. Rosenberg me da esperanza que mi antigua alma mater pueda todavía recobrar su antigua grandeza perdida.
En efecto, se tiene la impresión de que en las instituciones más prestigiosas el entusiasmo por este “teoreticismo” está bajando. ¿Estoy en lo cierto? Sobre todo en aquellas instituciones donde hay fuertes facultades de ciencia natural. Porque entre los científicos 2+2 todavía son 4, y cualquier otro resultado los hace reír sanamente. Lamento tener que reportar que entre mis colegas científicos no solo la teoría literaria sino las humanidades en general en cierta medida se han hecho el hazmerreír de la institución. Digo las “humanidades en general” porque bajo el imperio de los comparatistas, que tanto defiende el Prof. Egginton, se ha producido una temible amalgama de diferentes disciplinas, de la literatura, historia, filosofía, sociología, sicología, ciencia política, estudios culturales, ecología, todo ello con un fuerte añadido de correción política. Una amalgama que hace pensar menos en una olla podrida que en el notorio
calderón de las tres brujas en “Macbeth”, porque viene sazonada de una retórica indigestible. Tan indigestible que uno se pregunta: ¿Cuántos estudiantes habrán perdido el gusto por lo que pensaban ser las grandes obras literarias, porque nunca llegaron a conocerlas en sus clases? Porque sus profesores tenían otras intenciones, y en vez de las obras auténticas se les ofreció algo derivativo. Porque esto es lo que más define la teoría: Su cualidad derivativa. Y lo derivativo siempre es un síntoma de una crisis. Pregúnteselo a Wall Street.
Ahora, ¿es posible que el Prof. Egginton esté consciente de este desarrollo? De todas maneras, sorprende mucho que en su defensa de la teoría literaria no cite a ninguno de sus muchos representantes, a partir de Foucault, Derrida, y muchos otros de la gama de estos “sospechosos habituales”. Y me pregunto, ¿por qué no? ¿Tal vez por temor de que el público promedio del New York Times no los apreciaría?
Entonces, en lugar de éstos, ¿a quién es que cita él? ¡Ah, sí, .....a Cervantes! A Cervantes - seguramente porque calcula que éste todavía tiene autoridad para con el gran público. Así es que le vemos a don Miguel, una vez más llamado a saltar en la brecha como el antiguo bravo soldado que era, sirviendo con dedicación allá donde nadie más se atreve a servir. Y no sin razón, porque entre los teóricos de la literatura él es el prototeórico, y el más auténtico. El que sirve tanto a los ingratos como a los gratos. Y el que sigue sirviendo a todos, a pesar de haber sido maltratado por la vida, por la política de su época, y últimamente por los teóricos literarios de hoy. Y por un momento se imagina uno un retrato de Cervantes - manco, y con la cara llena de emplastes, con una mirada de infinita paciencia.
Juergen hahn
CCSF
(Este comentario apareció originalmente, sin título, en Cervantes-L.)
Me pareció muy interesante el reciente comentario del Prof. William Egginton en el New York Times. A un aficionado de Cervantes siempre le es grato ver la fama de nuestro ídolo repartida por entre un público más amplio. Y es evidente que Egginton tiene un conocimiento educado del autor.
Sin embargo, es también evidente que el propósito prioritario del Prof. Eggington no es el ensalzamiento de Cervantes en sí, sino, como él mismo afirma, algo muy distinto, a saber, el de rebatir la tesis del Prof. Alex Rosenberg que sostiene que la filosofia más fehaciente es la del “naturalismo”, basada en el método científico, empírico. Pero lo que más provoca el desconcierto de Egginton es que Rosenberg muestre tan poco respeto a la teoría literaria. Su reacción se puede resumir más o menos así: ¿Cómo se atreve este señor a quitarle todo valor epistemológico a esta disciplina, y reducirla a no más que pura diversión, es decir, al nivel mismo de la ficción literaria de que se ocupa? ¡Dios mío! Es para crispar los nervios a un comparatista teórico empedernido.
¿Pero es razonable escandalizarse, como lo hace el Prof. Egginton, de la reputación negativa de su disciplina tal como la formula el Prof. Rosenberg? Porque veamos los datos: Un individuo promedio, educado, ¿cómo puede respectar una teoría cuyos adherentes proclaman una serie de axiomas que trascienden la esfera intelectual y el sentido común en tantos aspectos? Que condena la erudición empírica como mero “prejuicio empírico”? Que califica la ciencia como puro “discurso”, no más objetivo que la percepción estética subjetiva. Que reduce toda la realidad a un ”constructo”, manipulable y “desconstruible” al azar. Que reduce casi toda discusión literaria académica a “raza, clase y género”. Que niega la existencia del autor de una obra de ficción, y que pasa por alto el texto mismo para poder sumirse en pura teoría. (Confrontar a un teórico con la citación de un texto es considerado un “acoso textual”). Que cultiva
la oscuridad retórica y la “mise en abyme” conceptual para contravenir a la claridad. Que pretende ocuparse de la historia para luego juzgarla ahistóricamente (Greenblatt). Que proclama la igualdad de todas las culturas excepto la occidental - porque ésta la hay que diabolizar por completo, porque no ha aportado más que esclavitud, colonialismo, clasismo y sexismo. El hecho de que la eliminación de estos fenómenos también se debe al Occidente no cuenta. Y menos aun el hecho de que el 99% de las invenciones técnicas de que goza la humanidad provienen del Occidente, porque la técnica y la ciencia son para el teórico literario no más que una aberración antiecológica. Porque el mundo era tanto mejor en la Edad de la Piedra, porque era tan ecológico.
Pero lo que más le debió haber movido al Prof. Rosenberg a pronunciar su juicio es el abuso de la ciencia. Al insistir sobre una epistemología subjetiva, indeterminista , posmoderna, una colección de teóricos y filósofos como Foucault, Derrida, Irigaray, Kristeva, Lacan, Jameson y otros pretendían rivalizar, y relativizar, la ciencia natural. Pero con eso definitivamente se pasaron de la raya. ¿Quién no se acuerda de la espectacular parodia que produjo Alan Sokal en 1996 en la revista “Social Text”, en la que pretendió establecer una “teoría cuántica de la gravedad” por medio de una epistemología posmoderna? La ridiculez del ensayo pasó inadvertida por los editores desprevenidos de la revista y produjo aquel choque hilarante que todavía resuena entre los críticos de la teoría.
En vista de todo esto, ¿es tan sorprendente que el Prof. Rosenberg quiera contradecir tales pretensiones? Me imagino que lo que también pudo haber contribuido a su postura es su estancia en Duke University, ya que ésta era durante años uno de los centros más empedernidos de la teoría, con o sin Stanley Fish. Rosenberg me da esperanza que mi antigua alma mater pueda todavía recobrar su antigua grandeza perdida.
En efecto, se tiene la impresión de que en las instituciones más prestigiosas el entusiasmo por este “teoreticismo” está bajando. ¿Estoy en lo cierto? Sobre todo en aquellas instituciones donde hay fuertes facultades de ciencia natural. Porque entre los científicos 2+2 todavía son 4, y cualquier otro resultado los hace reír sanamente. Lamento tener que reportar que entre mis colegas científicos no solo la teoría literaria sino las humanidades en general en cierta medida se han hecho el hazmerreír de la institución. Digo las “humanidades en general” porque bajo el imperio de los comparatistas, que tanto defiende el Prof. Egginton, se ha producido una temible amalgama de diferentes disciplinas, de la literatura, historia, filosofía, sociología, sicología, ciencia política, estudios culturales, ecología, todo ello con un fuerte añadido de correción política. Una amalgama que hace pensar menos en una olla podrida que en el notorio
calderón de las tres brujas en “Macbeth”, porque viene sazonada de una retórica indigestible. Tan indigestible que uno se pregunta: ¿Cuántos estudiantes habrán perdido el gusto por lo que pensaban ser las grandes obras literarias, porque nunca llegaron a conocerlas en sus clases? Porque sus profesores tenían otras intenciones, y en vez de las obras auténticas se les ofreció algo derivativo. Porque esto es lo que más define la teoría: Su cualidad derivativa. Y lo derivativo siempre es un síntoma de una crisis. Pregúnteselo a Wall Street.
Ahora, ¿es posible que el Prof. Egginton esté consciente de este desarrollo? De todas maneras, sorprende mucho que en su defensa de la teoría literaria no cite a ninguno de sus muchos representantes, a partir de Foucault, Derrida, y muchos otros de la gama de estos “sospechosos habituales”. Y me pregunto, ¿por qué no? ¿Tal vez por temor de que el público promedio del New York Times no los apreciaría?
Entonces, en lugar de éstos, ¿a quién es que cita él? ¡Ah, sí, .....a Cervantes! A Cervantes - seguramente porque calcula que éste todavía tiene autoridad para con el gran público. Así es que le vemos a don Miguel, una vez más llamado a saltar en la brecha como el antiguo bravo soldado que era, sirviendo con dedicación allá donde nadie más se atreve a servir. Y no sin razón, porque entre los teóricos de la literatura él es el prototeórico, y el más auténtico. El que sirve tanto a los ingratos como a los gratos. Y el que sigue sirviendo a todos, a pesar de haber sido maltratado por la vida, por la política de su época, y últimamente por los teóricos literarios de hoy. Y por un momento se imagina uno un retrato de Cervantes - manco, y con la cara llena de emplastes, con una mirada de infinita paciencia.
Juergen hahn
CCSF
Comentarios
Publicar un comentario