El pasado fin de semana, unas sentidas y lacónicas palabras de Jean Canavaggio me informaban del fallecimiento, el día 17, de Anthony Close, profesor emérito de la Universidad de Cambridge. Con él desaparece uno de los mejores especialistas en la obra de Cervantes, a quien dedicó tres obras fundamentales en la historia del cervantismo: The Romantic Approach to don Quixote (1978), luego traducido al castellano con modificaciones de importancia; Cervantes y la mentalidad cómica de su tiempo (publicado primero en inglés, en 2000) y el más reciente A Companion to Don Quixote (2008), espléndida guía analítica de la gran novela cervantina. Dedicó también muchas horas, esfuerzos y consejos a la Asociación de Cervantistas, donde se incorporó a principios de los años noventa del siglo pasado y de la que fue miembro de su junta directiva entre 2004 y 2009. Presidió asimismo la Asociación Internacional Siglo de Oro entre 2005 y 2008. Se ha ido un gran investigador, un agudo y perspicaz colega, pero, también, un buen amigo.
Recuerdo con precisión la primera vez que tuve conocimiento de Anthony Close: en la sala de investigadores del Consejo, en el solar que había sido el viejo palacio del hielo madrileño, leía la bibliografía cervantina que Alberto Sánchez, beneméritamente, recopilaba y resumía en Anales Cervantinos; no sé en qué número reseñaba extensamente un libro, todavía desconocido para mí, que después se convirtió en verdadero vademecum: The Romantic Approach to "Don Quixote". No mucho después, el libro se hizo persona: en el seno del congreso Edad de Oro que dirigía Pablo Jauralde en la Universidad Autónoma de Madrid, Close impartió una sabia lección. Yo ya había leído algún otro trabajo suyo, y hasta reseñado el manualito quijotesco que le publicó la Universidad de Oxford; me dirigí a él y me acogió cordialmente. Esa cordialidad no tardó mucho en convertirse en franca amistad, muy generosa por su parte: cartas, correos electrónicos, libros y trabajos dedicados, numerosos encuentros a lo largo de más de una década. Entre esos encuentros recuerdo con especial nostalgia dos: el primero de ellos en una tarde ovetense al término de una de las sesiones académicas cervantinas del congreso organizado por la Cátedra Emilio Alarcos (noviembre de 2004). En la barra de un conocido restaurante Anthony y yo, con unas cervezas por medio, nos consolábamos mutuamente ante las obligaciones que habían recaído sobre nuestras espaldas: la organización del congreso trianual de la Asociación Internacional Siglo de Oro, en el verano de 2005, en su universidad cantabrigense; y la presidencia interina de la Asociación de Cervantistas para quien escribe estas líneas, en vísperas del centenario quijotesco de 2005. El segundo, más cercano, sucedió en la primavera de 2006: Close presidía el tribunal de la tesis cervantina de una alumna mía, Alexia Dotras, en Vigo; la víspera de la defensa invité a cenar a los miembros del tribunal que ya estaban en la ciudad: el secretario, Fernando Romo, con Alicia, su mujer; y Carlos Reis, con la suya. Los reuní en mi casa, pues apenas unos días antes había llegado mi segundo hijo. Era mucho el lío que teníamos entonces como para irme a cenar fuera. Y con niños por medio, biberones y algún que otro lloro, cenamos "en buena paz y compaña", que diría el clásico. Una cena deliciosa que se inauguró abriendo un rico oloroso gaditano, de nombre bien sugerente: Sangre y trabajadero. Unas preciosas tazas de té recuerdan en casa todavía la presencia de Anthony y nos evocan aquella estupenda reunión, que ya, lamentablemente, nunca más se podrá volver a celebrar .
El cervantismo queda huérfano de una de sus personalidades más destacadas: un investigador ejemplar, un amigo de verdad, un caballero discreto; hoy le recuerdo con la tristeza de su ausencia, con la alegría de haberle conocido. Descanse en paz.
Recuerdo con precisión la primera vez que tuve conocimiento de Anthony Close: en la sala de investigadores del Consejo, en el solar que había sido el viejo palacio del hielo madrileño, leía la bibliografía cervantina que Alberto Sánchez, beneméritamente, recopilaba y resumía en Anales Cervantinos; no sé en qué número reseñaba extensamente un libro, todavía desconocido para mí, que después se convirtió en verdadero vademecum: The Romantic Approach to "Don Quixote". No mucho después, el libro se hizo persona: en el seno del congreso Edad de Oro que dirigía Pablo Jauralde en la Universidad Autónoma de Madrid, Close impartió una sabia lección. Yo ya había leído algún otro trabajo suyo, y hasta reseñado el manualito quijotesco que le publicó la Universidad de Oxford; me dirigí a él y me acogió cordialmente. Esa cordialidad no tardó mucho en convertirse en franca amistad, muy generosa por su parte: cartas, correos electrónicos, libros y trabajos dedicados, numerosos encuentros a lo largo de más de una década. Entre esos encuentros recuerdo con especial nostalgia dos: el primero de ellos en una tarde ovetense al término de una de las sesiones académicas cervantinas del congreso organizado por la Cátedra Emilio Alarcos (noviembre de 2004). En la barra de un conocido restaurante Anthony y yo, con unas cervezas por medio, nos consolábamos mutuamente ante las obligaciones que habían recaído sobre nuestras espaldas: la organización del congreso trianual de la Asociación Internacional Siglo de Oro, en el verano de 2005, en su universidad cantabrigense; y la presidencia interina de la Asociación de Cervantistas para quien escribe estas líneas, en vísperas del centenario quijotesco de 2005. El segundo, más cercano, sucedió en la primavera de 2006: Close presidía el tribunal de la tesis cervantina de una alumna mía, Alexia Dotras, en Vigo; la víspera de la defensa invité a cenar a los miembros del tribunal que ya estaban en la ciudad: el secretario, Fernando Romo, con Alicia, su mujer; y Carlos Reis, con la suya. Los reuní en mi casa, pues apenas unos días antes había llegado mi segundo hijo. Era mucho el lío que teníamos entonces como para irme a cenar fuera. Y con niños por medio, biberones y algún que otro lloro, cenamos "en buena paz y compaña", que diría el clásico. Una cena deliciosa que se inauguró abriendo un rico oloroso gaditano, de nombre bien sugerente: Sangre y trabajadero. Unas preciosas tazas de té recuerdan en casa todavía la presencia de Anthony y nos evocan aquella estupenda reunión, que ya, lamentablemente, nunca más se podrá volver a celebrar .
El cervantismo queda huérfano de una de sus personalidades más destacadas: un investigador ejemplar, un amigo de verdad, un caballero discreto; hoy le recuerdo con la tristeza de su ausencia, con la alegría de haberle conocido. Descanse en paz.
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