El país
A nuestro Antonio Fontán, fallecido ayer en Madrid a los 86 años, le cuadran bien las palabras que acaba de escribir Jean Daniel, el director de Le Nouvel Observateur, a propósito de Albert Camus, cuando señala que se la jugó al servicio de la moderación, que se atuvo a la lucidez, que definió un comportamiento y una actitud, sin renunciar por otra parte a un credo de cristiano ajeno al fanatismo y atento a su entorno de discípulos y amigos. Su condición de miembro numerario del Opus Dei nunca le sirvió de ventaja, siempre la entendió como obligación de servicio a los más próximos, a sus colegas y a sus discípulos en el ámbito de los estudios clásicos, a sus compañeros de aventuras periodísticas y políticas y al conjunto de sus compatriotas. Prueba también de esto último es su pasaje por los puestos de responsabilidad como primer presidente del Senado y ministro de Administración Territorial en el Gobierno de Adolfo Suárez.
En el Palacio del Senado se le rindió homenaje el 6 de junio de 2000, con motivo de la distinción otorgada por el Instituto Internacional de Prensa, que le designó en su 50º aniversario como uno de los 50 "Héroes de la libertad de prensa" en el mundo. Fue el único español incorporado a esa nómina por su labor como director del diario Madrid. Allí, en una de las intervenciones de quienes trabajaron con él defendiendo las libertades en aquel diario -habitado de tanta nobleza y de algunos extraterrestres- se subrayó la inferioridad de medios. También el intento de perseverar en los lugares de mayor riesgo y fatiga, actitudes que calificaron el mérito de la empresa.
Antonio Fontán sabía bien el imposible de hacer un periódico de oposición, como los defensores de las Termópilas sabían que los persas terminarían pasando. Pero los trabajadores y redactores, llegado el momento, prefirieron el cierre del diario a transigir con un director impuesto por el ministro de turno. Transigencia que les hubiera permitido garantizarse la nómina de fin de mes. Por eso fue inolvidable la estampa de aquella votación en la que la plantilla del Madrid transgredió la ley de la gravitación laboral y decidió que más valía Fontán con honra que la continuidad en el empleo con vilipendio. Pasado el tiempo, la perspectiva adquirida confirma que valió la pena semejante proceder.
Fue una ocasión límite, iluminadora sobre la condición humana. Queda bien definida por los versos de Agustín García Calvo: "Enorgullécete de tu fracaso / que sugiere lo limpio de tu empresa". Valió la pena y Antonio Fontán alguna vez mirando alrededor decía que los demás se habían salido con la nuestra. Es la hora de guardar la memoria de Antonio Fontán como un estímulo que saque también de los periodistas de ahora mismo lo mejor. Atentos.
MIGUEL ÁNGEL AGUILAR 15/01/2010
Antonio Fontán (Sevilla, 1923), enraizado en una gran familia, parecía destinado a seguir su vocación por los estudios clásicos, a mantener una conversación de por vida con Horacio, Tito Livio o Séneca, a esclarecer el valor actual de sus enseñanzas. Sin recluirse en la torre de marfil de los intelectuales entregados a la abstracción, pero sin alistarse en las batallas políticas del momento. Aunque le pudo su compromiso cívico. Por eso le vimos al frente del Instituto de Periodismo de la Universidad de Navarra, en la dirección de la revista Nuestro Tiempo o del semanario La Actualidad Española, el consejo privado de don Juan de Borbón, conde de Barcelona, y como director del diario Madrid, desde 1967 hasta la orden de cierre dictada por el Gobierno de Franco y Carrero Blanco el 25 de noviembre de 1971.
Periodista y filólogo, fue ministro y presidente del Senado
En el Palacio del Senado se le rindió homenaje el 6 de junio de 2000, con motivo de la distinción otorgada por el Instituto Internacional de Prensa, que le designó en su 50º aniversario como uno de los 50 "Héroes de la libertad de prensa" en el mundo. Fue el único español incorporado a esa nómina por su labor como director del diario Madrid. Allí, en una de las intervenciones de quienes trabajaron con él defendiendo las libertades en aquel diario -habitado de tanta nobleza y de algunos extraterrestres- se subrayó la inferioridad de medios. También el intento de perseverar en los lugares de mayor riesgo y fatiga, actitudes que calificaron el mérito de la empresa.
Antonio Fontán sabía bien el imposible de hacer un periódico de oposición, como los defensores de las Termópilas sabían que los persas terminarían pasando. Pero los trabajadores y redactores, llegado el momento, prefirieron el cierre del diario a transigir con un director impuesto por el ministro de turno. Transigencia que les hubiera permitido garantizarse la nómina de fin de mes. Por eso fue inolvidable la estampa de aquella votación en la que la plantilla del Madrid transgredió la ley de la gravitación laboral y decidió que más valía Fontán con honra que la continuidad en el empleo con vilipendio. Pasado el tiempo, la perspectiva adquirida confirma que valió la pena semejante proceder.
Fue una ocasión límite, iluminadora sobre la condición humana. Queda bien definida por los versos de Agustín García Calvo: "Enorgullécete de tu fracaso / que sugiere lo limpio de tu empresa". Valió la pena y Antonio Fontán alguna vez mirando alrededor decía que los demás se habían salido con la nuestra. Es la hora de guardar la memoria de Antonio Fontán como un estímulo que saque también de los periodistas de ahora mismo lo mejor. Atentos.
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