Entro en una librería londinense. ¡Guau! Qué maravilla. Grande, armoniosa, miles de libros. Distintas estancias, segundo piso con corredores abiertos a la sala, sótano. Libros ordenados. Un espectáculo de luz y color. Los voy rondando. Mucha novela, libros de viajes, moda, fotografía. Legiones de libros uniformadas en estantes y otros con su portada a la vista sobre las mesas. Sillas para sentarse.
Busco libros de otras literaturas no inglesas, pero en vano. Muy de vez en cuando aparece alguno. Busco libros de ensayo, solo dos hileras, biografías: una. Secciones de diversos países, pero no de literatura. Son libros de viajes. ¿Y la poesía? Los libros son ultimísimos. Diría que del siglo XXI. Vueltas y más vueltas. Me viene a la cabeza la palabra autorreferencial. No cabe duda de que el mundo anglófono publica toneladas de volúmenes, pero prescindir de otras literaturas es un poco extraño.
¿Dónde está la teología? ¿La religión? ¿La filosofía? ¿La historia? Parece que fe y razón han corrido la misma suerte. Lo que no es novela recibe el título negativo de non-fiction, como el negocio latino, que era el no-ocio. En la librería lo no novelesco se cuela por la puerta de atrás. Miles de novelas, de lectura fácil, de sintaxis sencilla. Más parataxis que hipotaxis.
¿Qué está pasando? Me viene a la cabeza con fuerza la idea de una lectura narcotizante. ¿No hemos quedado en que leer es esencial, que nos libera de la caverna mediática, del tiovivo audiovisual, de la adicción a los móviles...? Sí ...y no. También existe una lectura narcotizante, que nos sumerge en mundos irreales, que nos ahorra del esfuerzo de pensar, compatible con el marco ideológico de los medios: marco maniqueo, buenos y malos, de chivos expiatorios, de mentes nutridas en telediarios y redes sociales, de vidas instaladas en una perenne superficialidad, de lugares comunes.
Libros del siglo XXI. ¿Y los grandes libros de los últimos 3.000 años? Nada. Libros-hamburguesa, de usar y tirar, de usar y expeler... Es el culto a lo nuevo. Una literatura fagocitada por la dictadura mediática de lo fragmentario, inmediato y reduccionista.
Me voy de la librería, y anhelo introducirme en una biblioteca con libros que me enfrenten con los grandes temas: Dios, el mundo y el hombre. Fuera narcóticos.
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