El amor es eternidad en sí mismo

  Como ya te he comentado en alguna otra ocasión, escribirte ejerce sobre mí un efecto extraño; al hacerlo medito sobre cuestiones que de otro modo no tomaría en consideración. Los pensamientos que acuden a mi pluma en este instante, y que he estado a punto de desestimar, son los que siguen: ...

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La adhesión de un pueblo no se adquiere meramente gobernándolo de acuerdo con sus mejores intereses. Nosotros, los gobernantes, debemos emplear gran parte de nuestro tiempo en captar su imaginación. En la mente del pueblo, el Destino es una fuerza siempre vigilante, que obra por medio de la magia y que es siempre malévola. Para contrarrestar su acción, los gobernantes debemos ser no sólo cuerdos, sino sobrenaturales, porque a sus ojos la cordura humana se encuentra inerme ante la magia. Para nuestra gente, debemos ser a un tiempo el padre a quien conocieron en su infancia, que los protegía de los hombres malos, y el sacerdote que los protegía de los malos espíritus.

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  ¡Cuán a menudo, con la ostentosa honestidad de los deshonestos, rompiste un beso para afirmar tu independencia de todo compromiso! ¡Jurabas que me amabas, y te reías, y me advertías que no me amarías para siempre! Nunca, nunca, nunca pude concebir un amor capaz de prever su propio término. Yo no te oía. Estabas hablando en un lenguaje para mí incomprensible. El amor es eternidad en sí mismo. El amor es, en cada momento de su ser, todo el tiempo. Es la única fugaz imagen que se nos permite vislumbrar de lo que es la eternidad. Por lo cual, no te oía. Tus palabras no tenían sentido. Reías y yo reía también. Fingíamos que no íbamos a amarnos eternamente. Nos reíamos de esos millones de fingidores del amor en todo el mundo, que saben de sobra que su amor tendrá término. Después de haberte expulsado de mis pensamientos para siempre, una vez más vuelvo a pensar en ti.

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En edad muy temprana tenía la convicción de que los verdaderos poetas e historiadores eran los ornamentos más excelsos de un país; tal convicción no ha hecho sino cimentarse con el tiempo.




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