La memoria es el fundamento de un conocimiento que es engendrado no solo en la belleza sino por el amor. No aprendemos sino lo que recordamos. Al recordar, gozamos en lo aprendido.
porque la buena lección es manjar del alma, el cual se come y muele con la meditación, y con la oración se recibe y gusta; pero por la contemplación es sustentada y mantenida el alma con gran delectación, lo cual se verá por este ejemplo. Leemos en el sagrado Evangelio: Bienaventurados los limpios de corazón, porque ellos verán a Dios (Mt 5,8; Mc, 14,3)²⁹.
La importancia de la memoria no puede soslayar así su base agustiniana, en lo que esta tiene a su vez de platónica. De Trinitate de san Agustín sigue siendo una obra imprescindible. La memoria es el fundamento de un conocimiento que es engendrado no solo en la belleza sino por el amor. No aprendemos sino lo que recordamos. Al recordar, gozamos en lo aprendido. Así, mediante la unidad de esas tres potencias «se conoce, se refleja y conoce la naturaleza e índole de los párvulos», pues «cuanto con mayor facilidad y tenacidad recuerde el niño, y mayor sea su agudeza en entender, y estudie con mayor ardor, tanto será su ingenio más laudable»³². Como para Agustín en la memoria radica la ciencia, el ingenio en la inteligencia y la voluntad en la acción, las potencias graban en el alma la imagen de la Trinidad pues, por ellas, «sé que entiendo todo lo que entiendo, sé que quiero todo lo que quiero, recuerdo todo lo que sé. […] Comprendo estas tres cosas, y las comprendo todas a un tiempo»³³. El olvido de la memoria ha acabado asfaltando el camino para que no se entienda lo que se quiere y no se quiera lo que se sabe. Se ha convertido tan solo en un depósito amortizado que apila saberes muertos y constriñe deseos inimaginables.
***
Muerto Dios, muerto el Padre, muerto el sujeto, entre los años
sesenta y ochenta del siglo pasado también tocó el turno de dar
sepultura al texto. Como la teología o como el psicoanálisis con los
primeros, al estructuralismo le correspondió practicar la autopsia del
último. Lo lavó, lo reconstruyó, lo embalsamó, con las más precisas
técnicas de la tanatoplastia formalista, antes de exponerlo al culto
público de una sociedad que pasea en chanclas mirando el móvil
tanto ante la Victoria de Samotracia como ante cualquier copia del
urinario de Marcel Duchamp. Indiferente le resulta también el
automóvil rugiente como la metralla de Marinetti.
Comentarios
Publicar un comentario